miércoles, 21 de marzo de 2007

El barbero


Me siento. Cuando el barbero me coloca el delantal, antes de afeitarme, siento su panza presionando mi nuca. Su vientre macizo como un beso seco, pesado. Escucho su respiración. Las palmas de sus manos se deslizan sobre mis hombros acomodando el delantal. Manos de plomo. Respira. Yo no hablo, no quiero conversar. Quiero la incomodidad del silencio. Quiero el sonido de su respiración. Ignoro si él siente la incomodidad de mi mudez. No me importa. Alzo el mentón. Su panza nuevamente. Ahora sobre mi hombro derecho. Es el contacto intenso. La presión de su cuerpo en mi cuerpo. La presión de la afeitadora en mi mentón. Me pregunta algo. ¿Por qué me pregunta si yo no puedo hablar mientras me afeita? Miro sus ojos desde el espejo. Ojos de un hombre maduro. Han pasado los cuarenta. El espejo es mi cómplice. Admiro desde el reflejo su panza prominente en contacto con mi hombro. Cerrá los ojitos me dice cuando la afeitadora ataca mi bigote. No digo nada. No soy cortés con él. Deja la afeitadora y se hace de unas tijeras para cortar los pelillos de mi nariz. Ahora lo tengo frente a mi. Sus ojos directos hacia mi cara. Yo no puedo. Le miro el bolsillo de su camisa de mangas cortas. Su barriga quiere saltar sobre mi. Es inútil, no levanto la mirada, sé que me esperan sus ojos. Es un miedo dulce, sabroso. El aroma de su camisa, los botones soportando ese cuerpo relleno. Nuevamente el monólogo de su respiración. El erotismo más sanguíneo me abarca por completo. Tengo un deseo horrendo de poseerlo. Pero esta imposibilidad me desgarra. Me hace extraordinariamente feliz.

No hay comentarios: