viernes, 6 de abril de 2007

Allí, donde la mirada espanta

Lo vi cruzar la plaza Independencia. Sin proponermelo lo he seguí por un par de cuadras. . Su cuerpo morrudo, grueso y cincuentón me alarmó. Él de reojo me observaba a sus espaldas. Caminaba delante mio, de a ratos se apresuraba. Se ha percatado que yo no cedo. Merma su marcha. Dobla la última esquina, continúa. Yo para asegurarme me estaciono en esa misma esquina, justo cuando el semáforo está en verde. Él bruscamente se detiene a media cuadra dándome a entender del por qué no sigo persiguiéndolo. Se detiene y se intranquiliza porque no sabe qué hacer. Nos miramos por un tiempo prolongado. Yo siento el deseo, ese deseo. Ya con el semáforo en rojo tengo que cruzar la calle. No lo hago. Lo miro. Él se asegura de que yo me detengo porque él se detuvo. Nuestras miradas apareadas siguen. De pronto, me canso de este juego y voy a su encuentro. No dejamos de mirarnos. Frente a él, lo saludo y le pregunto la hora. Él tiene su celular en la mano, pero mira la hora de su reloj en su muñeca izquierda. Las 22:34, dice. "Está solo?" le pregunto. En su rostro se refleja cierto terror. Practicamente mi pregunta lo asusta. Titubendo y moviendo la cabeza me dice: "no". Del terror pasa a horror. Yo no quiero avergonzarlo, perturbarlo. Me voy. Ya no me doy vuelta para verlo. Me pareció suficiente mi valentía de acercármele y saber. Me siento en un banco a la vuelta de otra cuadra. Me dejo caer en el vacío.

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