lunes, 8 de octubre de 2007

Primera panza

Unas de los primeros cuerpos que disfruté en la pantalla grande, fue el del actor Brian Dennehy, que interpretaba a un comisario en la primera Rambo (película basada en un libro titulado First blood (Primera sangre)). Cada vez que el aparecía en escena, mi pulso se aceleraba, como si estuviese viendo una película pornográfica. En ningún momento del film, él aparece desnudo, ni nada de eso. Su robusta prescencia, sumado al uniforme de policía que vestía eran suficiente para mis fantasías. Rambo, es sin dudas una pelicula recomendable para el puro entretenimiento.








jueves, 4 de octubre de 2007

La contemplación de los huevos



Estando yo en la sala de espera de un dentista (que fea palabra es "odontólogo") llegó un matrimonio. Ella rubia, bajita. Él de estatura normal, gordo, ancho, canoso de cabellos y bigotes, 50 años aproximadamente. Se sentaron frente a mí. Grato fue ver a este señor casado, sentado frente a mí con las piernas abiertas , pues era digno de destacar el tamaño de sus testículos. Bien remarcados en el pantalón. Los pantolones de vestir son mejores para remarcar estas esferas masculinas. Él vestía justamente eso, pantalón gris claro.

Mi contemplación era casi enfermiza. Mi táctica fue apelar al teléfono celular, sostenerlo frente a mí, apuntando hacia esa entrepierna abultada y fingir una lectura prolongada de mensajes de texto en la pantalla del celular. Gozaban mis ojos y yo, ese par de bolas, pelotas, huevos o como quieran llamarlos. Eran enormes, con la sensación de ser pesados y sumamente peludos. Los imaginaba en mi mano, tibios, con aroma seminal. Los Dioses del disfrute me regalaron esa contemplación digna de una práctica masturbatoria. Agradezco infinitamente esas bellezas, esos testículos gordos como la panza de ese cincuentón que nunca supo cuán admirado fue por mi deseo.

El Barbero V

Fue inevitable conversar con el barbero, mientras me recortaba el cabello y la barba, el tema de la calvicie. Él trataba de que yo no me preocupara por ello, es más hasta me aseguraba que no voy a quedar calvo, que solo voy a tener "entradas" a ambos lados de mi frente. Él, en cambio, tuvo mucho estres el año pasado por lo que le empezó a caer el pelo. Toda esta conversación la disfruto mientras gozo de tenerlo mi alrededor, con sus manos rozando mi piel, sus brazos peludos con olor a loción (por cierto, cada vez que lo visito, está más robusto, con una pancita cada vez más apetecible, un deleite digno de un cazador de osos), con sus ojos aterradores, pues su mirada me perturba, me agita, me excita. Y fue que charlando sobre su calvicie que me mostró cómo tenía su cabeza. Desde el espejo me hizo ver el lugar más céntrico de su cabeza. Un pequeño lugar (pequeño pero notorio), despojado de pelos le delataba la caida de su cabello. No puedo negar, que al exhibir su calvicie, me haya excitado de sobre manera. Pensé en analogía. Una analogía en forma de pregunta: ¿Qué otra parte de su cuerpo se parece a su calvicie, me refiero, a un lugar de su cuerpo en el que muchos pelos rodean una zona despejada, una zona profunda?

lunes, 13 de agosto de 2007

Retrospectiva



"...pero los hombres, aún, le inspiraban un temor casi patológico..."

Emma Zunz, El aleph (Jorge Luis Borges)


Quizá mi primera noción del sexo fue cuando tuve ocho o nueve años. Mis padres mirando la televisión y en ella pasaban una pelicula o una serie. En una escena de la misma, dos amantes (hombre y mujer) estaba en la cama. Ella boca arriba, él encima de ella, supuestamente desnudos ya que las sabanas los tapaban desde la cintura para abajo. Ambos se miraban de frente, jadeando, transpirando como si tuviesen fiebre. Si, mi idea del contacto cercano de un hombre con una mujer era la noción de una fiebre. Por aquel entonces pensaba que un bebé se concebía cuando los padres juntaban sus cuerpos y transpiraban, se afiebraban. Ambos se contagiaban de sus fiebres. Apareaban sus entrepiernas (suponía que algo tenían que ver nuestras entrepiernas, que allí estaba la clave del sexo), pero no relacionaba el pene, la erección, la vagina, la eyaculación con el acto sexual. Yo aún no había tenido erecciones.

lunes, 2 de julio de 2007

El barbero IV

Casi no tengo tiempo para un polvo con mi señora, dijo el barbero. Yo, que esperaba mi turno, imaginaba ese polvo mientras ojeaba su cuepo.

miércoles, 6 de junio de 2007

Allí, donde la mirada espanta II

Hiciste seña a un taxi. Una milésima de segundo después, me miraste. Yo venía observandote desde la otra cuadra, por la 24, de esta San Miguel de Tucumán fría. Tu cuerpo de chub. El taxi se detuvo con el motor en marcha. Tenías que subir al coche. Volviste a mirarme. Sé que dudaste. Tu mirada no mentía. O tomabas el taxi o seguías caminando hasta hacer coincidir nuestros rumbos. Pero tu mano ya estaba en el picaporte. Yo crucé la calle para caminar por la vereda paralela al asiento del acompañante del taxi, el lugar que elegiste al entrar. En el momento que nos cruzamos (el taxi y yo, y vos dentro del taxi) te sonreí y vi tu perpleja expresión en tu rostro. Tenías una dulce barba entrecana. No pude expresar tus ojos. Sé que me los arrojaste y me golpearon. Tu seguiste el rumbo a no sé donde, por la vía contraria. Yo me olvidé por las calles.

sábado, 2 de junio de 2007

Destornillador para abrir el tercer ojo


Hoy he estado con un gordo. He visto su culo abundantemente peludo. Mi dedo lo ha explorado. Llevo conmigo la más maravillosa visión de mis últimas semanas. Ese culo, esos vellos, esa entrada recorrida por mi dedo.

El gemir de mi compañero, mi cómplice en la masturbación del goce. Sus pezones endurecidos como botones afelpados, el ombligo imberbe, su leche derramada en su panza ancha y esférica, sus ojos en el momento del éxtasis. Todo eso habré de olvidar.

...pero su culo, no.

sábado, 12 de mayo de 2007

El barbero III


Esta vez, como había muchos clientes después de mi, no perdí la ocasión de observar el cuerpo del barbero mientras me rebajaba la barba. En todas las ocasiones que estuve en la barbería, siempre me tocó estar a solas con él y no podía (por vergüenza) espiar su cuerpo a través del espejo. Con los clientes esperando a nuestro alrededor, mi libertad para observarlo es amplia y deliciosa. Su cuerpo me genera una sed en los ojos. Su cuerpo robusto es sabroso. Codos duros, vellos oscuros, delicados, barriga férrea, redonda, la sospecho suave como una mejilla. Le hable de las comodidades de una barba recortada. Una de ellas es la comodidad para besar. Él se rió de forma franca y espontánea. Creo sentirme satisfecho por ello. No quise más.

miércoles, 18 de abril de 2007

Mundo panza

"Mundo grúa", película del director argentino Pablo Trapero, la vi por primera vez allá por 1999 en un ciclo de cine nacional realizado aqui, en San Miguel de Tucumán. El protagonista, un hombre de 50 años que trata de sobrevivir en un empleo en el que tiene que manejar una grúa. Me llamó la atención que el director no tuvo ningun tipo de tapujos al momento de mostrar en pantalla el cuerpo del protagonista, en particular su panza. Su panza ancha, prominente, al desnudo. Recuerdo que en una secuencia del film, aparece el "Rulo" (así apodan al protagonista) acostado en su cama con su barriga al descubierto y sentí unos murmullos de asombro por una parte del público, quizá desacostumbrado a ese tipo de exhibición. Quizá demasiado acostumbrado a los cuerpo delgados, perfectos. En cambio para mi fue una celebración. Pasaron como cuatro años cuando pude volver a ver este film en un canal de cable. Un detalle: la pelicula está filmada en blanco y negro.

































lunes, 16 de abril de 2007

el arte desbordado


Fernando Botero
Entre sus obras se destacan aquellas donde presenta figuras humanas robustas. Figuras que abarcan casi la totalidad del marco que las contienes.

viernes, 13 de abril de 2007

viernes, 6 de abril de 2007

Allí, donde la mirada espanta

Lo vi cruzar la plaza Independencia. Sin proponermelo lo he seguí por un par de cuadras. . Su cuerpo morrudo, grueso y cincuentón me alarmó. Él de reojo me observaba a sus espaldas. Caminaba delante mio, de a ratos se apresuraba. Se ha percatado que yo no cedo. Merma su marcha. Dobla la última esquina, continúa. Yo para asegurarme me estaciono en esa misma esquina, justo cuando el semáforo está en verde. Él bruscamente se detiene a media cuadra dándome a entender del por qué no sigo persiguiéndolo. Se detiene y se intranquiliza porque no sabe qué hacer. Nos miramos por un tiempo prolongado. Yo siento el deseo, ese deseo. Ya con el semáforo en rojo tengo que cruzar la calle. No lo hago. Lo miro. Él se asegura de que yo me detengo porque él se detuvo. Nuestras miradas apareadas siguen. De pronto, me canso de este juego y voy a su encuentro. No dejamos de mirarnos. Frente a él, lo saludo y le pregunto la hora. Él tiene su celular en la mano, pero mira la hora de su reloj en su muñeca izquierda. Las 22:34, dice. "Está solo?" le pregunto. En su rostro se refleja cierto terror. Practicamente mi pregunta lo asusta. Titubendo y moviendo la cabeza me dice: "no". Del terror pasa a horror. Yo no quiero avergonzarlo, perturbarlo. Me voy. Ya no me doy vuelta para verlo. Me pareció suficiente mi valentía de acercármele y saber. Me siento en un banco a la vuelta de otra cuadra. Me dejo caer en el vacío.

martes, 3 de abril de 2007

La mirada del otro II

Él se detuvo junto con su hija en un negocio de ropa femenina. Ella entra, él la espera en la puerta. Yo, del otro lado de la calle lo miro. Primero no se percata que lo miro. Cuando coincidimos en la mirada, se paraliza. Disimula, observa la calle y la vereda de ambos lados. Luego vuelve su mirada hacia la mía, que no ha cedido a sus distracciones. Se paraliza nuevamente. Parece que le cuesta creer que yo lo admiro. Entra al negocio y charla un momento con su hija (yo pienso que es su hija porque un hombre de unos 50 años supuestamente no saldría con una chica de unos 16 años, pero...). Sale nuevamente, esta vez me viene observando desde la puerta. Otro desvío, e insiste. Se pone nervioso. A mi me late el corazón fuertemente pero no cometo la imprudencia de mostrarme nervioso. Quiero esos ojos. Son hermosos. Él tiene una fisonomía árabe. Su nariz aguileña y un bigote oscuro. Tiene la camisa a cuadros fuera del pantalón y una barriga aunque no tan rotunda si es notoria. Tiene mirada árabe. Yo tengo descendencia árabe. Quizá nuestros ojos alguna vez se encontraron y hoy repiten este deseo. Él me mira con pánico pero no retira sus ojos de mi. Esto le intriga y lo asusta, quiere algo, algo que no puede explicarse. Vuelve al negocio, se pone de espalda y habla por su celular. Yo saco el mio del bolsillo, quiza si le hago entender que tengo celular, él haga un gesto con el suyo he intercambiamos los numeros. Pero todo termina. Sale con su hija del negocio. Apareados. Se detienen más adelante, en la misma cuadra, en otro negocio similar. Él vuelve a esperar afuera. Ahora me observa desde lejos. Me juego. Cruzo la calle y camino por la vereda directo hacia él. Sabe que me acerco. En el momento en que camino justo frente a él, da vuelta su rostro y mira hacia otro lado. Pero un segundo antes veo su temor. Lo entiendo. Este deseo es siempre un temor. Casi un terror sostener la mirada cuando el deseo aparece. Me alejo con el mismo terror. Pero un terror que deja el vacío.

lunes, 2 de abril de 2007

La mirada del otro

Hoy unos ojos me atentaron. Es sorprendente el grado de destrucción que puede llegar a tener una mirada. Mientras pasaba por una pizzería, llegó a mi este par de pupilas. Nos quedamos los dos por un lapso tan corto como eterno, mirándonos. Él, de unos 45 años pareció alguien inexperto, como un iniciado y yo como un iniciador. Nos desconcertamos, nos petrificamos, nos avergonzamos como pecadores insalvables. Al final, yo seguí mi camino y él... él me dejó sus ojos.

jueves, 29 de marzo de 2007

Deseo enfermizo

Cafe de la esquina de Crisóstomo Álvarez y Salta. Jueves y llovizna una vez más. En verdad es una estación de servicios. Pido un té con leche, solo. Me llama la atención el hombre gordo sentado afuera a cinco metros de mi mesa. Está fumando (por eso está afuera, aqui está prohibido fumar dentro de cualquier lugar cerrado) y lo hace de forma constante. Lee el diario. Lo primero que se me viene a la cabeza son dos cosas. La primera, su cuerpo y mi deseo. La segunda, su salud. El cuerpo desmesurado de este señor gordito (quiero calificarlo al menos cariñosamente) me atrae de una forma insospechada (creo que nadie de la docena de personas que estaban en ese momento en el café hubiese desconfiado que yo, un delgaducho de treinta y pico de años sienta una atracción sexual hacia un hombre obeso de unos 45 años). Su panza firme, sus piernas como columnas, sus manos gruesamente viriles (especialmente la mano que sostine el cigarrillo), su cabello entrecano prolijamente peinado, su boca diminuta, serena, dulce al succionar el cigarro. Sin embargo, yo, otro hombre he hallado en él un deseo (homosexual, si no quedó claro) tan fuerte como para intentar un acercamiento. Aqui choco con las reglas del mundo. Un señor no puede de ninguna manera desear a otro señor. No, no, de ninguna manera. Me quedo observandolo.
En lo segundo que pienso es su salud. Con ese sobrepeso y la cantidad de cigarrillos que pudo haber consumido durante ese día, lo hubieran dejado con la presión un poco alta. Aqui me surge este malestar. Deseo a hombres enfermos. Ya es de dominio público que cualquier obeso es un enfermo. Las etiquetas del mundo hacen su entrada. Los flacos son los sanos, los gordos, son los enfermos. Deseo hombres enfermos. Y yo que tomo pastillas para calmar mis ansiedades, ¿qué soy?
Termino mi té con leche; él ya se ha marchado.

miércoles, 28 de marzo de 2007

El barbero II

Hoy le permití que me rasurara con la navaja. Algo realmente inpensado en mí, pues tengo un temor casi patológico a las navajas. No sé si le dejaré que lo vuelva a hacer la proxima vez que me afeite. La hoja arrasó la parte baja de mis patillas y los vellos de mi nuca. Él tiene un cuerpo que me lastima. Irradia deseo. Él es un hombre del cual deseo saber cómo besa, qué sabor de lengua tiene en sus besos. Sigo saboreando su respiración. Me ha preguntado algo y le negué. Aún llevo la angustia que surge cuando me despido del barbero. Hasta que crezca mi barba y vuelva a él. Me siento devastado.

martes, 27 de marzo de 2007

Mar de gente

Detesto la pata coja en las mesas de café. Aquí estoy tambaleando con mi taza de té, el murmullo del televisor sobre mi cabeza, un mozo picando hielo y yo soportando un cuerpo de deseo a dos mesas de mi.
Miro las gentes desde la vidriera y no me cansaría en observarlas por horas, por días, casi eternamente. Tengo este alma de espectador, de vouyer.

lunes, 26 de marzo de 2007

Nadie dice "te amo"

Hoy tengo las uñas del mundo sangrandome los ojos. He tenido miedo, pánico a esta falta de alas al mundo. La gente me pareció distante. ¿Acaso ya no hay fantasía? ¿Acaso las reglas del mundo tienen sus pies sobre mi? He visto morir un perro en una esquina. Un manojo de carne sobre la vereda. Hoy a caído una llovizna sombría. Tucumán es una ciudad con un nudo en la garganta. ¿Estaré en el mismo lugar?. Alguien se muda dentro de dos meses. ¿Será el mismo lugar en otra parte? Hoy he deseado que ese alguien me diga "te amo", aunque no crea en esa frase. Pero solo he imaginado que me lo decía. Lo imaginé en el colectivo, camino a casa, después de una hora en la parada de la esquina donde un perro ha muerto atropellado por un camión. No he visto su sangre. Caigo aquí, con estas palabras.

viernes, 23 de marzo de 2007

Punto de apoyo

Últimamente, mientras voy en colectivo al centro de la ciudad (la línea 17 es la que habitualmente utilizo) espero que suba algún inspector para comprobar, o en este caso, reafirmar un cierto comportamiento que éstos tienen. Un comportamiento, digámoslo así, algo perturbador. Generalmente los inspectores son hombres de unos cuarenta a cincuenta años (aunque los he visto un poco más jóvenes). Están formalmente vestidos. Camisa blanca, pantalón de vestir gris, corbatita, la infaltable lapicera y/o bolígrafo, la pinza mutiladora de boletos, una presencia y carácter apacibles. En fin, estos señores suben al micro, saludan al chofer y para empezar a escribir en la típica planilla de viaje, se apoyan de costado en el caño o fierro que está enclavado detrás del asiento del chofer y que va del piso hasta el techo. Primeramente, se recuestan con el hombro en dicho caño, luego, sutilmente, avanzan un poco, hasta afirmarse con el omóplato y la pantorrilla. Terminan su anotación (esto no les lleva mucho tiempo) y conversan con el chofer. Continúan acomodándose sobre la barra pero ahora es la nalga izquierda es la que quiere afirmarse. Quizá sea por el vaivén del vehículo, los baches, las frenadas, los semáforos, o un enigmático motivo lo que hace que tímidamente, los inspectores prosiguen su marcha por el caño hasta ubicar la raya divisoria de las dos colinas justo allí. La barra metálica bifurca las nalgas y el pantalón de vestir las acentúa. Vaya a saber qué goce experimentan, qué fantasía asocian, que deseo inalcanzable atesoran o rememoran en esta posición. Yo entretanto disfruto.

miércoles, 21 de marzo de 2007

El barbero


Me siento. Cuando el barbero me coloca el delantal, antes de afeitarme, siento su panza presionando mi nuca. Su vientre macizo como un beso seco, pesado. Escucho su respiración. Las palmas de sus manos se deslizan sobre mis hombros acomodando el delantal. Manos de plomo. Respira. Yo no hablo, no quiero conversar. Quiero la incomodidad del silencio. Quiero el sonido de su respiración. Ignoro si él siente la incomodidad de mi mudez. No me importa. Alzo el mentón. Su panza nuevamente. Ahora sobre mi hombro derecho. Es el contacto intenso. La presión de su cuerpo en mi cuerpo. La presión de la afeitadora en mi mentón. Me pregunta algo. ¿Por qué me pregunta si yo no puedo hablar mientras me afeita? Miro sus ojos desde el espejo. Ojos de un hombre maduro. Han pasado los cuarenta. El espejo es mi cómplice. Admiro desde el reflejo su panza prominente en contacto con mi hombro. Cerrá los ojitos me dice cuando la afeitadora ataca mi bigote. No digo nada. No soy cortés con él. Deja la afeitadora y se hace de unas tijeras para cortar los pelillos de mi nariz. Ahora lo tengo frente a mi. Sus ojos directos hacia mi cara. Yo no puedo. Le miro el bolsillo de su camisa de mangas cortas. Su barriga quiere saltar sobre mi. Es inútil, no levanto la mirada, sé que me esperan sus ojos. Es un miedo dulce, sabroso. El aroma de su camisa, los botones soportando ese cuerpo relleno. Nuevamente el monólogo de su respiración. El erotismo más sanguíneo me abarca por completo. Tengo un deseo horrendo de poseerlo. Pero esta imposibilidad me desgarra. Me hace extraordinariamente feliz.

Denso

Penetró.
Se supo profundo, lleno en sangre

Ancho, incontenible

Su panza pesando
impulso, pulso hinchado

apenas sudor,
vellos, vellos poblando los cuerpos

la carne sofocando
el goce acoplado
listo para el derrame
la desembocadura

El vientre rotundo




Lezama Lima
Vientre rotundo.
Besan tus labios el habano.
La saliva en tus dedos.
Tu voz, un rumor de tormenta
José Lezama Lima,
déjame poseerte en tus páginas.


lunes, 19 de marzo de 2007

Número vacío

Ayer ingresé a una página en Internet en la que uno puede realizarse un test para detectar si uno padece de depresión. Al pie del mismo reza una aclaración: "este test no reviste carácter de diagnostico". Si el puntaje del test es mayor a 8 aconseja ver a un psicólogo o psiquiatra. Yo obtuve un 15. No me alarmé, solo sentí un profundo vacío.